23 abr 2020

Día 41. Diario de una pandemia.

Después de cuarenta y un días de confinamiento, me pongo a escribir.

Necesito una vía de escape. Un momento donde mi mente se centre y pueda ver mis pensamientos, negro sobre blanco.
Estamos viviendo una situación, para la que no estabamos preparados. Un situación fuera de control y sin poder saber, a ciencia cierta, hasta cuándo durará.

Y el problema, radica en que hemos tenido que parar, pero en seco. De un día para otro, no poder salir de casa, hacerlo solo para adquirir productos esenciales y/o acudir a un puesto de trabajo, si el que lo tiene es igualmente, considerado imprescindible.

El otro día buscando un documento en mi nube, fui consciente de la década que llevamos sufriendo, precariedad laboral y económica. Tenía cuatro carpetas propias y un par de ella de mi familia, con documentación sobre, ERES, ERTES y DESPIDOS. Una de ellas, es reciente, ya que he perdido mi puesto de trabajo, a consecuencia del COVID-19, viéndome incluida en un ERTE.

Pero centrándome en lo profundo y angustioso de todo esto, es que vivimos en una sociedad, donde solemos estar anticipando acontecimientos, a un ritmo frenético, con agendas llenas de anotaciones, horarios imposibles y una vida social, por encima de lo asumible, para algunas personas. Nuestra sociedad globalizada, vive al exterior, para los demás.
No nos paramos a revisarnos por dentro, a escuchar nuestra voz interior, nuestro instinto, nuestra esencia, nuestra alma.

Nos da miedo enfrentarnos a nuestros monstruos interiores, ya que muchas veces, nos hace ponernos delante del espejo, mostrándonos a alguien con quien no nos identificamos.
Vivimos con miedos, rencores, remordimientos, prejuicios, sin valores y alejados de lo humano.

Pero esta pandemia debería hacernos cambiar. Nos debería dejar al descubierto, para así poder sanar nuestro alma. Conocernos, sentirnos desde lo más profundo.
De nada servirá todo este confinamiento, si no lo aprovechamos para mirar a nuestro alrededor y sentirnos dichosos. Tenemos, en una gran parte de los hogares, todo a nuestro alcance. Más de los que en muchos momentos necesitamos, sobrecargados de lo material.
En cambio, el virus nos ha dejado sin el contacto con nuestros seres queridos, familias y amigos. Eso sí que nos ha dejado vacios. Un vacio, que no podremos recuperar hasta que esto pase. Porque se necesitan lo abrazos, los besos, las caricias, las risas, las miradas, las charlas, los olores y los colores, de esas personas que te aportan, amas, quieres y dan forma a tu vida.

Pero como decía, de nada servirá todo eso, si no interiorizamos que las cosas se pierden de ahora para luego. Que ya antes de esto pasaba y seguirá pasando. Que la vida va de eso. De afrontar adversidades y sobreponerse. De la famosa resilencia. Esa que está de moda, pero que la he mamado desde pequeña.

Hay que dejar la superficialidad, el postureo, el querer ser más que nadie, el no reconocer los logros de los demás, el no empatizar cuando alguien sufre, el pasotismo del siglo XXI.
El planeta respira aliviado, le hemos dejado en paz. Las luces de las ciuades son más brillantes y puras. Es injusto, para nuestro presente y el futuro, seguir sin prestar atención al cuidado de nuestro medio ambiente. Pero ya hemos visto, que si consumimos lo esencial, la economía colapsa...(Esto da para otra entrada, claro está...)

Espero que esto, (me)(nos) cambie. Eso es lo que deseo desde lo más profundo de mi alma.